jueves, 12 de enero de 2017

Equivócate, hijo.


Equivócate, hijo. Tienes el derecho y el deber. Para caerte y aprender de la rotura en el tobillo cuando perdiste el equilibrio... o las heridas en las palmas de las manos cuando intentaste parar el golpe... El dolor de "después" te recuerda el error de "antes". Y visualizas el recorrido para no volver a tropezar justo en ese punto. Ese camino no puedo ni debo emprenderlo por ti. No es el mío. 

Equivócate, hijo. Pero no olvides que no todas las caídas provocan heridas leves. Si decides practicar un deporte de riesgo, no lo hagas sin casco ni arnés. Hay caídas que provocan daños irreversibles. Hay tropiezos que acaban en muerte cerebral. Y no hay tiempo de descuento para volver a levantarse. 

Equivócate, hijo. Porque todos nos equivocamos. Pero no busques deliberadamente la equivocación cuando sabes que lo es. No me juegues al pilla-pilla al borde del precipicio. 

Equivócate, hijo. Pero no olvides que la equivocación en sí misma no es el estandarte de la libertad.
Con todo mi amor:
Mamá

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